Me han pedido que escriba unas líneas sobre Adrián Dupuy, recientemente fallecido a causa del Covid, tras más de dos meses de hospitalización. Vaya por delante que son sus inseparables amigos de "patria chica" (Alicante) y promoción en el San Pablo, Ramón Baeza y Fernando Martínez Caro, quienes más lo conocían y mejor podrían retratar sus muchas cualidades. En todo caso, como "padrino paulino" mío que fue (y es), supongo que no carezco por completo de legitimidad para hablaros de él.
Son tres las palabras que se me vienen instantáneamente a la cabeza al recordarlo: bonhomía, generosidad y sencillez (todas ellas en grado superlativo, cuando no auténticamente excepcional).
Sencillez porque (entre otras muchas cosas) siendo, cuando lo conocí en 1987, un veteranísimo cumpliendo su último año en el Colegio, no se le "cayeron los anillos" en dar el primer paso y ponerse a mi disposición para lo que necesitara en ICADE (los dos estudiábamos E-1). Adrián destacaba entre los colegiales por diversas razones (rendimiento académico, "facha" -como me decían las colegialas de El Pino amigas de mi hermana, "no es muy alto pero es guapísimo y tan mono y educado" [sic]- y habilidades tenísticas) y tenía el respeto de todos los paulinos y, no obstante, nunca se dio ninguna importancia ni se creyó mejor que los demás.
Generosidad porque estaba siempre abierto y dispuesto a dar (y a darse) a los demás; lo que fuera, consejo, tiempo o dinero. Como él estudiaba en silencio en la Biblioteca y yo, en cambio, necesitaba recitar los temas en voz alta, me cedió su habitación (no recuerdo el número, pero era Tercero Impares, fachada, la penúltima o antepenúltima antes de la esquina derecha) y me dejaba fumar en ella (aunque detestaba el olor a tabaco). En una ocasión me prestó "pasta" y, lo que más recuerdo, también su polo amarillo Lacoste favorito (que le devolví con una quemadura), sin hacer ninguna pregunta (ni, en el caso del polo, reproche alguno).
Bonhomía porque creía en la bondad natural de las personas y pensaba siempre lo mejor de unos y otros. Era muy firme en sus principios, pero, al mismo tiempo, sumamente conciliador, buscando crear puentes y evitar conflictos innecesarios.
Siento que todo lo anterior es un paupérrimo tributo a mi padrino. Me he dejado en el tintero su inteligencia, su sentido del deber, su espíritu de sacrificio y muchos otros de sus valores humanos.
No quiero ocultaros que, posiblemente por la diferencia de edad, no mantuvimos mucho contacto en los años siguientes a pesar del cariño que nos teníamos. Aunque estuvimos al corriente por terceros de nuestros respectivos avatares profesionales y personales y a pesar de que cada vez que nos encontrábamos en algún foro jurídico, charlábamos un rato con el afecto de siempre y quedábamos en vernos más, nunca supimos/pudimos cumplirlo. Ahora me arrepiento inmensamente; ya no puedo remediarlo, pero sí os (y me) exhorto a dedicar un poco más de tiempo a mantener o revivir, según sea el caso, las relaciones personales que creamos en el Colegio.
Finalmente, un beso a Maite (su mujer) y que sepa que puede contar con el colectivo paulino para lo que necesite.
Un abrazo fuerte a todos y cuidaos mucho.
Chema Cuenca (orgullosísimo ahijado paulino de Adrián Dupuy).